miércoles, enero 28, 2009

Día 543, martes

Hace un año, mi padrino me regaló un par de botellas de pisco por mi cumpleaños. Se podría decir que eso marcó definitivamente mi verano. En especial aquellas dos semanas a finales de enero. Yo nunca he sido de tomar trago corto, pero a partir de entonces la ansiedad de las noches me llevaba a abrir la botella de pisco y beberlo. Aún si estaba solo en mi cuarto. No tomaba mucho, apenas unos tragos de la tapita, pero más de una vez me fui a la cama en plena bomba. Por aquella época también te empecé a frecuentar más. Ya sabías que yo fumaba, así que no dudaba en hacerlo delante tuyo. También había llevado algunas botellas de vino a tu casa y me las había terminado yo solo ante tu negativa de acompañarme a hacerlo. Tú te ponías a trabajar y yo me emborrachaba. Al final, siempre terminábamos viendo una película y ya no me negabas más tus besos. Después de mi cumpleaños, llevaba las botellas de pisco y me ponía a beber delante tuyo. Parecías muy divertida con esto. A veces salíamos a comer con alguna amiga tuya. Al poco rato de darle al pisco yo ya estaba borracho. Rara vez te veía tomar.

sábado, enero 24, 2009

Día 540, sábado

Las tardes de enero son lisas e improductivas. Me paso las horas echado en mi cama, revisando libros de poemas y repitiéndome constantemente que tengo que hacer algo pronto. El silencio del departamento se parece mucho al limbo de los desempleados. Tengo que hacer algo. Pronto. El sol se echa sobre mi cama como si quisiera hundirme en su calor abrasante. El teléfono siempre está a punto de sonar.

jueves, enero 22, 2009

Por fin colgaron en la web el comercial de D´Onofrio en donde sale el afiche de mi libro. Ojo con la primera toma. Lo pueden ver aquí.

miércoles, enero 21, 2009

Encontré una nueva crítica de mi libro en un blog. Aquí va.

lunes, enero 19, 2009

Día 535, lunes

La primera crónica que intentó escribir Takeshi Kusunoki no fue precisamente una crónica. Era más bien el recuerdo lejano de un verano en particular. Había intenado hacer una para la Contra, pero en lugar de eso había terminado escribiendo largos informes mediocres que más bien parecían extensas notas volteadas, aquellas que solía escribir para la sección web del diario. Hasta que una noche se acordó de Valeria y la vio inclinándose para intentar mirarlo a los ojos. Era enero, habían empezado a salir recién a finales del año pasado y la relación estaba por terminar. No era que a Takeshi no le importara -de hecho, le dolía en el alma; pero ¿qué iba hacer?-, Valeria estaba parada justo en frente suyo y él se esforzaba en no devolverle la mirada. La figura de ella se quebró a la altura de sus muslos, dibujando una imagen agradable a la vista de cualquier transeúnte. Kusunoki, sin embargo, no le prestó atención y continuó con la mirada puesta en cualquier dirección que no fueran los ojos de la chica. Durante los últimos meses, se había dedicado precisamente a eso, a mirarla a los ojos, a decirle lo mucho que la quería y lo grandioso que era pasar tiempo con ella. Valeria era, de más está decirlo, una chica hermosa. Takeshi entonces pasaba sus largas tardes de diciembre sentado en el pórtico de la casa de ella, en Pueblo Libre. Al caer la noche, convencidos de que no había nada que valiera la pena hacer, caminaban cogidos de la mano por la avenida Arequipa, esperanzados en que muy pronto llegarían al óvalo de Miraflores, donde según ellos estaba la diversión. Evidentemente, esto nunca ocurría. A la altura de San Isidro, ambos ya estaban cansados y se limitaban a sentarse en una de las bancas para cuestionarse muchas cosas, como por ejemplo, ¿por qué estamos aquí?, ¿qué hacemos juntos?, ¿por qué tú?, ¿por qué yo?, ¿a dónde se dirige esta relación?, y una serie de asuntos que le daban al verano un aire existencialista y neurótico. Finalmente, una noche, Kusunoki se cansó de todo y se detuvo frente al Británico, decidido a terminar la relación. Al principio, Valeria no supo cómo tomárselo. No sabía si creerle o no. Así que se puso de pie, agachó un poco la cabeza, apretando el ceñido short que llevaba puesto, y se quedó mirándolo largo rato. Como Takeshi no parecía cambiar de opinión, ella decidió tomar un bus que la llevara de regreso a su casa. Valeria no era una de ésas chicas que se andan con cosas. Por su parte, Takeshi se pasó el resto del verano confundido. Se dio cuenta de que las chicas con las que se topaba en las fiestas siempre eran un poco como Valeria. Y si no lo eran, no le llamaban la atención en lo absoluto. En resumen, Takeshi Kusunoki estuvo todo el verano medio jodido por una chica de la que nunca volvió a tener noticias. Y, aunque suene triste decirlo, después de Valeria, Takeshi no cuenta con ninguna otra relación que valga la pena recordar.

miércoles, enero 14, 2009

Día 530, miércoles

Era una mañana normal en el gimnasio. Estaba corriendo en la faja caminadora cuando vi un Nextel plateado. Estaba justo en el lugar donde se supone que la gente deja las botellas con agua mientras uno corre y donde a veces dejo mis llaves. Pronto convine que, si nadie reclamaba el Nextel, podría ser la solución perfecta para algunos problemas económicos. Suelo correr media hora, así que me dije a mí mismo que si nadie venía por él, terminado el ejercicio podría llevármelo. No me imaginaba que el aparato podría ser del grupo de chicos que matan el tiempo haciendo pesas en la parte del fondo. Al contrario, yo pensaba, maravillado, que el Nextel podría ser de alguna de ésas viejas ridículas que son tan chillonas y que paran todas juntas conversando en el gimnasio. Sobra decir que aquellas mujeres operadas me causan repulsión y que tomar el Nextel olvidado de una de ellas me parecía en ese momento una suerte de ajusticiamiento. No suelo ser un tipo honrado, pero tampoco me tengo como un vil ratero. Simplemente en ése instante aquel Nextel plateado era un regalo de los dioses. Lo tomé y me lo guardé. Terminado el ejercicio, acudí al sauna y me quedé retozando unos cuantos minutos. De pronto el instructor del gimnasio, un tipo más bien gordo y de mal aspecto (no es que tenga mal aspecto, simplemente es desagradable) llevaba el aparato en la mano y me gritaba. No supe cómo responder. Me habían cogido. ¿De quién era el celular? De uno de los chicos de las pesas. Caray, qué mala suerte, pensé. El tipo me insultaba y me decía que era un hijo de puta. No se me ocurrió otra cosa más que pedir disculpas. Al salir de ahí, me acerqué donde los chicos a pedirles disculpas también. Nadie me recibió con buena cara. Me insultaban, decían que era un hijo de puta (claro que soy un hijo de puta, ¿quién no lo es?) y que me fuera. Me decían que no vuelva. Fui donde el instructor y le pedí disculpas por haberle gritado gordo cabrón (es cierto que en un momento me exasperé y lo insulté también). No aceptó mis disculpas. Me dijo que me fuera y que no volviera más. Así que no me quedó otra más que irme, triste, diciéndome a mí mismo que tengo que empezar a ser un chico más honrado.

lunes, enero 12, 2009

Tú y yo


sábado, enero 03, 2009

Día 519, sábado

Ayer me pasé el día entero leyendo. Como ando sin dinero, le pedí a mi mamá que me prestara para comprar una bolsa de cereal. Una vez echado en la cama, leyendo, me puse a comer puñado tras puñado de bolitas de chocolate. Al poco rato, me di cuenta que había acabado con toda la bolsa y me pregunté cómo había pasado eso.